El hombrecito de café se recuesta incomodo en el sub-cielo extrañamente verdoso.
Gota a gota fue extendiéndose por toda su porción de cielo.
Su cabeza, puede que no sea su cabeza, es probable que no tenga una de esas.
Su cuerpo bidimensional se parece harto a una copa invertida, claro está que las ventajas de una copa invertida, al igual que la relativización de la existencia de la cabeza de un hombre de café se aprecia en la capacidad de carga.
Esta carga, tanto liquida como ideológica sensorial puede derivar en dos y solo dos destinos: el encauce perfecto en su recipiente, siendo contenido por todos sus lados sin posibilidad de huida, o la explosión hacia los lados del recipiente.
Este último destino, anula todo tipo de posibilidad de estabilización, seguridad y aburrimiento.
En fin, el hombre de CAFÉ con su SONRISA RECTA, EN SU NO-CABEZA TUERTA-OCULAR, no decidió aun su destino